El caso es que nos parecía que hablar de otras cosas que no fuera de nuestras lecturas hubiese sido perder el tiempo.
Es extraño, pero ni él ni yo, por más libros que hubieran pasado por nuestras manos, por más personajes que hubiéramos amado como si fueran familia, por más tragedias o comedias que nos hubieran atrapado, jamás nos dimos cuenta de que el tiempo sólo se pierde cuando ya no hay manera de recuperarlo.
Por eso, quizá estos recuerdos sean una especie de exorcismo, lo único que se me ocurre para rebelarme contra esta seguridad de que hubo un final, para castigarme por utilizar de manera inconsciente ese pretérito del “estuvo casado” que lo concluye todo, para, quizá, como la mujer que teje, ignorar todas las evidencias y desafiar al destino.
Si yo le digo que en las novelas de Haruki Murakami hay unicornios, unos seres del tamaño de los muñecos de los chocolates Jack que representan el mal y que, en una de ellas, un personaje habla con los gatos, usted va a querer cambiar de conversación. Si yo le digo que Murakami es el paradigma del escritor posmoderno y que su obra está muy influenciada por la cultura pop, usted va a querer suspender el segundo Jameson. Si yo le digo que el japonés se compró una casa en Oahu, Hawaii, porque es fanático de “Lost” y allí se filmaron las seis temporadas de la serie, usted se va a tentar con llamar a la Sanidad Pública…